Mientras leía "La Máquina del Tiempo" de H.G. Wells, no pude evitar mirar con dolorosa simpatía al Viajero en el Tiempo en el momento en que describe que debió haberse llevado cigarros.
Ahora el tema parece "demodé", porque ya se aprobó aquí, allá y acullá que en todo lugar público cerrado no se fuma y san se acabó. Los fumadores quedan excluidos de la sociedad, como parias indeseables destinado a amontonarse en grupitos humeantes sobre las banquetas, obstruyendo el paso a los peatones. Un día, esos peatones se quejarán y habrá "ciudades libres de humo" o "países libres de humo", productos de una sociedad que cada vez se torna más intolerante hacia lo que difiere de sus ilusiones extranjerizadas de "bienestar".
Que el problema del fumador pasivo es simple: no le gusta que fumen, que se largue. Finalmente, no está en su casa. Cuando fumaba, no había nada más que me causara odio que estar en la sección de fumar de un restaurante y que alguien en mí mesa empezara con su tos cansina a indicar que el humo le molestaba.
Al final se consiguió que los derechos de unos pocos se apabullaran y le dimos la bienvenida al estado totalitario. Ese que puede decidir que si eres demasiado estúpido para cuidar tu salud, te prohibirá dañarla. Lo que sigue son impuestos a los alimentos grasos (como ya pasó en Inglaterra), la penalización del aborto (ya vigente en más de 17 estados de nuestro país), o la prohibición del matrimonio entre homosexuales (que la Iglesia Católica entre otras, pide a gritos).
Se ha confundido la labor del Estado como proveedor de bienes públicos a corrector de vidas. Y el Estado no debe tener injerencia en si yo dejo fumar a mis clientes o no, si las mujeres que abortan deben ir a la cárcel o no. Este tipo de iniciativas van en contra de la libertad de las personas, porque alguien que es incapaz de encender un cigarrillo en un lugar público no es libre. Se priva al individuo de su capacidad de decidir: no fumas y si fumas, te sales. Y el gobierno descuidará entonces el alumbrado público, la recolección de basura, y la educación para andar detrás de fumadores furtivos, mujeres embarazadas o gorditos.
El problema viene de que deberíamos contar con la información y criterio suficientes para decidir si fumamos, abortamos o nos casamos con alguien de nuestro mismo sexo y una vez tomada la decisión, que se respete, no seguir ciegamente el camino que nos marcan las modas, partidos políticos o instituciones eclesiásticas. Salud.
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