7.12.09

Del passguor y otros absurdos cotidiandos

Me toca nuevamente hacer cambio de passwords de todas las cuentas. La verdad es que tengo el mismo password desde hace años, sólo le añado variables cada tres o cuatro meses con la finalidad de que si me hackean, al menos batallen un poco. Sólo una vez me hackearon la cuenta, la verdad, esos tiempos parecen tan lejanos que no recuerdo claramente la situación: me parece que de mi cuenta personal le mandaron decir al Innombrable que ya no lo quería o quizá le hackearon la cuenta a él. No estoy segura. La verdad, ya no importa tanto.

Es increíble el número de cosas que dejan de importarte con el tiempo: si en una temporada de tu vida estabas al pendiente del desarrollo de tal o cual acontecimiento, a la vuelta de los años, ni siquiera recuerdas de que iba toda tu zozobra, tus desvelos, tus lágrimas y tus intentos escuetos por ser feliz.

El password de mi messenger, por ejemplo es una combinación entre el nombre de un hombre que me fascinaba ciegamente y el mío. Ajá, sí, así soy de enferma y psicótica. Pero es bueno, porque es un hombre del que nunca hablé con nadie, un hombre que sólo yo supe que me fascinó, y al que jamás he vuelto a ver en mi vida. De un modo u otro, me hace sonreír escribir cada vez que inicio sesión. El de mi cuenta de livejournal es el apellido de mi escritor favorito combinado con el año de nacimiento de una sobrina and so on. Quizá sean mucho más personales y digan más de nosotros, de nuestros sueños y fantasías aquellas combinaciones de caracteres con las que decidimos abrirle el paso al correo diario, al blog, al twitter, o al mensajero instantáneo.

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Ya empezaron a llegar las tarjetas de navidad a los correos electrónicos: luego de un año de hacernos la vida imposible, voltearnos la cara, gritarnos cuanto nos odiamos los unos a los otros, llegan los anuales y necesarios días de paz.

Cada año escribía un correo para mis amigos deseándoles un feliz inicio de año y una buena serie de convivencias decembrinas. Este año omitiré el proceso, porque ya estoy demasiado añeja para los correos comunes llenos de referencias cruzadas y chistes disfrazados de sentimentalismo barato.

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Ayer me equivoqué en un semáforo. En lugar de tomar el segundo carril, tomé el primero de la derecha. Dos vehículos atrás de mí un hombre trató de acabarse la vida útil de su claxon mentándome la madre porque le obligaba a atender un alto que él no tenía necesidad de esperar, dado que la vuelta a la derecha era "continua con precaución". Su desesperación fue tal que invadió la banqueta y se paró a mi lado, me dijo un montón de groserías y levantó su puño en alto. -

Como esperar tres minutos en un semáforo no me parece razón para insultar a nadie, le dije adiós muy sonriente.

Mi mamá se enojó.

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Apuesto a que su password es algo así como "mujeres-estúpidas-al-volante" o "tengo-la-paciencia-del-santo-Job".

1 comentario:

Anónimo dijo...

que bueno que yo todo lo pase a huella dactilar