Faltaría que encima de todo fuera falaz. Sería posible que todas las canciones tristes hablaran de ti, o que todas las desgracias fueran tuyas, pero hay seis mil millones de posibilidades más en este mundo. Ahora que todo tiene una versión beta y mejorada de sí mismo, me pregunto si mi otro yo, aún desconocido podría venir a hacer bien las cosas y a corregirme los bugs mentales. Quizá por eso soy anti tecnología porque considero que todo cambio es un paso más hacia ese camino cuya meta inevitablemente es el fin.
Creo que por eso a los viejos todo tiempo pasado les parecía mejor: el fin era una posibilidad lejana y abstracta. En términos personales la vida se te va llenando de acontecimientos que al paso del tiempo pierden su claridad, no hay beso como el primer beso: y no se trata de haber encontrado un excelente besador, sino que eso te abría la puerta de todos los besos que aún no has dado. Y en aquel entonces un beso era especial, aún era una promesa. Después de un tiempo aprendiste a diferenciar las promesas de los compromisos sociales, y apareció el beso falso, ese que te dan suavemente en los labios cuando estás frente a otras personas: esos besos que no son reales y parte del primer beso se perdió para siempre. Un día, ya sólo quedará ese beso falso y público y el beso (real) habrá llegado a su fin.
El fin no es la muerte: la muerte es sólo un estado físico. El fin es el tedio, el aburrimiento: me imagino el aburrimiento materializado en la forma de una casa abandonada, donde ya no hay arañas, ni moscas, sólo una lata de atún abierta y olvidada en la mesa: la imagen de la tristeza absoluta. Por eso me desespera infinitamente cuando alguien deja ahí olvidado el plato donde comió o la envolutura de su nutritiva ración de media tarde en cualquier lugar. Me recuerda el aburrimiento absoluto, la falta de interés, la apatía. Es el abandono de uno mismo.
El adelanto tecnológico también nos ha llevado a esto: damos por sentado que merecemos tener 20 gigas de canciones a un lado, de las cuales quizá nos gusten dos o tres. Me pregunto como era cuando la música se asomaba apenas a sus posibilidades, cuando era una sorpresa la armonía y los acompañamientos. Ahora sólo estamos rodeados de un continuo estruendo, hay más música que nunca, pero apenas nos alcanzan las horas del día para la selección de moda y no nos alcanzará jamás la memoria para la sobreproducción musical. No desaparece la música, sólo perdió su sabor, es un no-beso continuo, falto de amor. Lleno de apatía.
A mí, que he traspado ya el límite de la sorpresa, me aferro a la mirada de otra luz, en la espera de volver a conseguir que el vacío y la desesperación me arrastren bajo una pasión desesperada. De recuperar el asombro ante la tristeza que ahora es tristeza de aparador y tiene el dulce aroma del dejo de sí misma.
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