Se instala justo detrás del esternón y te impide respirar adecuadamente. Es decirle a alguien "quiero gustarte más" y que te diga "sí, estaría bien". Es escuchar "yo quiero estar con la mejor mujer del mundo" e imaginarte dentro de los más de seis mil millones que habitan este planeta las probabilidades de que alguien mejor que tú en cualquier aspecto exista: más delgada, más alta, más baja, más lo que sea son paralizantes. Entonces te pones tristísima y encuentras que todas las gotas de lluvia que se derraman anualmente serían pocas para demostrar la devastación o la falta de alegrías.
Es saber que no puedes ser tú porque eres lo menos parecido a lo que se espera que seas.
Es la sensación de que no importa lo que logres o lo que seas estás terriblemente mal porque en el camino rompiste todas las reglas, quebrantaste todo límite y decidiste ser infinitamente libre, a costa de todos e inclusive de ti misma y descubrir que la libertad lleva consigo el precio de dejar de pertenecer, que la verdad absoluta es una planicie invernal en la que no hay sino frío y devastación. Es el deseo de lanzarte a un abismo para dejar de ser inadecuada. Políticamente inadecuada, socialmente inadecuada, visualmente inadecuada.
Lo peor es saber que si llevaras la alimentación correcta, la ropa correcta, si leyeras los libros correctos pertenecerías y serías de los mejores.
Pero eso también te da miedo, miedo a dejar de ser libre. Y entonces, hundes la cara en tus manos y decides que otra vez hay que abandonarlo todo. Soy de las que abandonan y eso, me hace llorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario