Estoy viendo la segunda temporada. Relativamente veo poca televisión. Aunque creo que en realidad la mayoría de la gente con la que convivo ve poca televisión, no por una sentida pretensión intelectual, sino porque la televisión abierta ofrece cada vez menos opciones que me sean atractivas, porque paso casi todo mi tiempo conectada a Internet y es a partir de ésta última que he llegado a centrar mi atención en otros programas y series.
Llegué a Mad Men porque fui al videoclub (¿es válido el término?) a rentar una película y concluí sabiamente que a $32 pesos por película de dos horas, pagar $80 pesos por 12 capítulos era mucho más rentable. La serie me tiene cautivada: es una telenovela fabulosa y yo, amo las telenovelas.
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La muerte de Bin Laden
El anuncio me remitió más hacia la situación que priva en México que al 11 de septiembre. Pensé en un líder muerto como tantos líderes de cárteles han caído en los 4 años de gobierno de Felipe Calderón. Se muere uno y se recrudece la violencia y en lugar de mejorar las cosas, empeoran.
Me sentí un poco mal por que la gente salió a las calles a celebrar la muerte de otra persona. Y recordé también las imágenes de los árabes (y algunos mexicanos) celebrando el atentado del 11 de septiembre del 2001, porque "ahora sí les dieron en su madre a los gringos". O algo así se decía en aquel entonces.
Veo el hecho como el presagio de más violencia por venir.
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La sala de espera
En la sala de espera de la radioterapia la gente acude con sus enfermos. Los familiares se sientan ahí, en sillas azules alineadas una tras otra y una al lado de otra, de forma anónima. Mientras escuchamos el ruido del equipo y vemos la lucecita roja encendida frente a la puerta, guardamos un silencio sepulcral. Luego enciende la luz verde, sale el técnico y se cambia de paciente.
Casi todos los pacientes son mujeres. Casi todas tienen la mirada triste y agachan la mirada cuando uno saluda: "buenas tardes". A veces, prefiero quedarme callada y no importunarlas. Como si el dolor les traspasara la piel, siento mucha pena por no estar yo misma enferma y poder entender lo que están pasando.
El otro día una niña de cinco años quiso empujar la silla de ruedas de su abuela. La niña era hermosa, con unos ojos color gris inmensos, pero había algo de "adultez" en ella. La ceremonia con la que intentaba comportarse, guardar silencio, empujar la silla. Descorazona un poco, pero nadie puede hablar de eso.
Es un espacio mortalmente silencioso. Lo único que se escucha es la unidad de cobalto, el abrir o cerrar de la puerta. Todos esperamos, uno al lado del otro. Los enfermos con angustia y los familiares con nuestra vergüenza de una salud que pareciera ser un asunto de azar.
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