18.6.10

Cómo llegamos a ser quienes fuimos

Son curiosas las cosas que uno guarda en la memoria. Un día, mientras caminaba de un edificio a otro en la preparatoria, me quedé pensando justo en eso: en lo azaroso de nuestros recuerdos. Me fijé en una jardinera llena de geranios rosas y blancos, en medio de la cual crecía un álamo, el reflejo del cielo en los vidrios del edificio al que me dirigía, la forma de las pocas nubes blancas que destacaban contra el azul intenso de esa mañana, el aire olía a limpio y un viento frío refrescaba el ambiente, a pesar de que era un día bastante soleado. No me acuerdo de la fecha, pero me acuerdo de todo eso porque decidí recordarlo. Decidí que si de todos los recuerdos aleatorios que se iban a albergar en mi mente, no podía elegir, al menos conservaría una memoria inocua, sin sentido, sin significados especiales, sólo porque había decidido hacerlo.

Hoy mientras me cambiaba para entrar a la alberca, vino a mi mente la palabra "jareta", mientras nadaba, repasaba mentalmente los números en alemán, mi ficticio intento por no olvidar al menos, que los números se dicen comenzando por la unidad. De niña me gustaba estudiar los homónimos y los homófonos. Consideraba que era importante saber que "a ver" y "haber" no son lo mismo. El tiempo me ha demostrado lo contrario, pero me aferro al uso correcto y diferenciado de los mismos, como se aferran los viejos a un bastón, o a las fotografías en blanco y negro.

Disfruto mucho perderme en los recuerdos, las mañanas nubladas, como la que hoy se extendió sobre el pueblo, me recuerdan el olor a basurita de lápiz y de los borradores de migajón, el tono de azul del suéter del uniforme, la corbata que llevábamos en forma de moño, y mi pierna izquierda que se negaba a sostener la calceta en su lugar... recuerdo la carretera que va de Tlaltenango a Atolinga bordeada de árboles sobre los que bajan nubes, y el pasto lleno de flores que parecen plumitas de terciopelo.

Los veranos huelen a higo, a queso fresco, a lluvias de media tarde. No recuerdo pláticas importantes, hechos históricos. Recuerdo el camisón de franela de mi abuelita, el quinqué de la recámara donde dormíamos. Me gustaba imaginar que un día despertábamos al mundo del revés y entonces caminaríamos por los techos, cuidándonos de no caer por el cielo, que haríamos escaleras especiales para calentar la comida porque la estufa se había quedado en el suelo, los pájaros se volverían peces que veríamos hacia abajo y el mar se volvería cielo, un cielo en el que podríamos nadar, con techos de coral.

Y me pregunto, si lo que recordamos es lo que somos, o es lo que decidimos olvidar. O quizá nunca somos realmente nosotros mismos, porque constantemente nos estamos olvidando.

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