Anoche soñé que estaba comprometida para casarme, y que estaba en alguna especie de hotel/campamento/institución donde debería pasar el verano. La habitación de mi novio se ubicaba en la planta de abajo y para verlo debía esquivar la vigilancia de mis padres. En la noche me armaba de un valor que nunca he tenido, para bajar las escaleras de esa mezcla de casa antigua, hospital y centro vacacional. Llegaba a su recámara y lo escuchaba llorar.
Le contaba a su mamá que había embarazado a la mujer más maravillosa del mundo: guapa, inteligente y linda. De pronto yo sentía muchos deseos de decirl "pues entonces vete con ella". La perspectiva de sacarlo de mi vida me llenaba de un consuelo poco usual, la soledad como una libertad acérrima. Siempre sospeché que yo tenía problemas con el compromiso, pero nunca pensé que al grado de alegrarme porque la persona con la que genuinamente quiero pasar una buena parte de la vida, se vaya con alguien más.
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Ismael y yo intercambiamos correos. Mantengo abierta una cuenta de correos ya en franco desuso por el único motivo de que ahí me escribe. Casi nunca la reviso y en consecuencia mi comunicación con él es errática y gira en tonos ambigüos y absurdos. Donde quiero preguntarle ¿cómo está? le pongo el título de un libro o le hago comentarios insulsos sobre el clima, el trabajo o el color de las azoteas. Aunque todos (él y yo) sabemos que las azoteas son un gran tema entre nosotros.
¿A dónde se van las referencias íntimas que existían entre dos que algún día se quisieron?
¿Persiste el amor como un pretérito inacabado que visitamos cuando conversamos en el pasado?
Quizá hay relaciones condenadas a silencios incómodos: yo nunca mencionaré mi nueva relación, y él se abstendrá de referencias a su esposa o hijo. Inclusive nos tenemos bloqueados mutuamente en el Facebook, para evitarnos las fotografías incómodas.
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Debería ser parte de la educación sentimental de todos nosotros tener la certeza de que hay relaciones en nuestra vida que la bifurcan: a partir de tal, hemos dejado de ser quienes creíamos ser, porque ser quienes veníamos siendo hasta ese momento se torna imposible. Y entonces vas reconstruyéndote poco a poco, mientras esquivas esta y aquella canción. Y te forzas a que cada pared, cada pedazo de banqueta que te trae un recuerdo se desvanezca de tu vida. Sin pensarlo yo cambié hasta de código postal, porque inclusive en los lugares que no me fueron comunes, su ausencia de ellos me lo recordaba.
Hay tristezas que te sorprenden en un día nublado, o mientras ves un musical.
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También deberían enseñarnos que hay personas que marcarán tu vida por su negativa a permanecer en ella. A los que añorarás cuando les quieras contar como estuvo tu día, a quienes esperarás ver ahí, y que no van a estar. Que nunca estarán.
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Todo me remite a una reflexión puñetera sobre la identidad, si somos quienes creemos ser, o sólo somos lo que van dejando atrás quienes nos conocen.
2 comentarios:
melancolia ...
la frase puñetera es una pinche obra de arte. Es usted una genia.
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