16.7.09

El protagonista de cuarta

Todos lo conocemos, el problema es que nadie damos un quinto por él.

Huímos de sus embistes clasemedieros, de sus aspiraciones de primera plana. Se distingue del "attention whore" porque la sed de miradas de este último es genuina: sabe que nadie lo mira y quiere que lo miren. El protagonista de cuarta está, por otro lado, convencido de que el mundo vive pendiente de él.

Es una mezcla entre la víctima perfecta y la última chela en la nevera.

Cuando se mira en el espejo, no ve a un ser humano común, sino a la "monedita de oro encarnada", cree que le cae bien a todos porque es lo más cercano a la perfección del mundo, y que aquellos que lo tratan mal, en el fondo, le tienen envidia.

El problema, como señalé al principio: es que nadie da un quinto por él.

Los amigos se olvidan de su cumpleaños, nadie reconoce sus logros, se olvidan donde trabaja, como se llama y cuando lo ven en la calle lo saludan con la risa delatora del que no tiene la más mínima idea de con quien carajos está hablando. Se encuentra con que la gente le presenta a las personas tres o cuatro veces, para sus adentros piensa que es porque es tan importante que la gente considera imprescindible presentarlo, pero la verdad es que todos olvidan su nombre. Tiene la facultad de ser totalmente fugaz en la memoria ajena.

Y sin embargo, sus cantaletas constantes sobre sus logros y méritos son afectadas y acartonadas, proclama que conoce a las personas más influyentes, pero olvida que no se trata de a quien conoces, sino quien te conoce a ti. Si tiene Twitter y lo siguen 200 bots, está convencido de que su opinión influye a a 1400 personas, se embelesa contando anéctodas pueriles como aquella en la que relata como conoció al dueño del antro de moda (el "dueño" era el administrador quien estaba en la puerta, y le dio el paso, sin preguntarle su nombre, al igual que a otras 20 personas), si tiene un auto de la compañía asegura que lo usa porque no quiere que su convertible se le gaste, en su conversación permite que se trasluzcan los apellidos de tres o cuatro personas que él considera influyentes en su medio social y siempre los referencía con un sobreactuados "¿sí lo conoces, verdad?". Los que sí los conocen ríen por lo bajo, y los que no, voltean los ojos al cielo pidiendo una paciencia divina que jamás llega.

Divertidos en extremo resultan sus delirios persecutorios: la gente quiere ser como él, lo envidian, le hacen desaires porque en el fondo, le temen, o no se atreven a ser el súper ser humano que él representa. Su opinión es fundamentalmente la única con validez sobre cualquier tema que no maneje (que son, básicamente, todos), su egolatría es titánica, y esa es quizá una razón única, pero no menor, para charlar con él en los ratos libres.

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