Debe ser difícil tener éxito en la vida y luego pasar a ocupar el lugar de equis en la vida. El simple mortal, el humano promedio, posiblemente conoció cierta época de bonanza social en la primaria, secundaria o preparatoria, en la que un número considerable de personas de su edad, sabían quien era y les importaba si vivía o moría (también, existe el humano sub-promedio, que no conoció ni eso, por si se lo preguntan, yo soy humano subpromedio). Luego se integran a la uni, se les diversifican los amigos y los intereses y de repente, están trabajando en una oficina llena de extraños cuyos "buenos días", "provecho", y "buenas tardes" son más desabridos que los noddles instantáneos.
Entonces organizan las reuniones de generación de la preparatoria o la secundaria, y sienten un poco de alivio de ver que alguie todavía los recuerda. Por lo general, a dichas reuniones van los mismos mortales comunes y aquellos que realmente tuvieron éxito en la vida se dan el dudoso lujo de no ir, y los submortales, pues ni se enteran de las mismas.
Es triste ver a un montón de cuarentones decir frases desconchabadas que utilizaron en su adolescencia: un montón de pelones, panzones y gorditas celulíticas, tratando de ocultar las canas, las arrugas y la mediocridad en la que su adultez los sorprendió.
Pero es más triste aún, ver las reuniones de tu grupo musical o artista favorito. Amé a Guns n' Roses hasta la locura, soñaba con que huía con Slash y me convertía en su groupie a la tierna edad de 13 añitos. Cuera yo. Ver la triste estampa de un Axl Rose con tintes hiphoperos me revienta las entrañas y me sume en la tristeza absoluta. A los seis años era seguidora de los Hombres G (tenía seis, seis, mi criterio no era muy confiable) y cuando tuvieron el desatino de reunirse, comprobé que David Summers, ya no estaba tan guapo, que el de la batería había desarrollado una panza abominable y que sus canciones, como soundtrack de una nueva época, estaban desfasadas y no me hacían click.
Por ahí andan los Héroes del Silencio y Soda Stereo dando conciertos, felices de su reunión y haciendo felices a muchos. Yo paso sin ver. En parte porque como no tuve hermanos mayores, el éxito de ambos me pasó un poco de noche y los vine a descubrir cuando ya se habían separado o estaban por hacerlo - digamos, medidados de los noventa -, de modo que su postrimera reunión podría venirme un tanto guanga en cuestiones de decepción, si resulta que ahora son gordos, pelones o tienen panzas inmensas, vestimentas hiphoperas o ya no cantan tan bien.
Ahora, mención aparte merecen las reuniones de los grupos prefabricados - y si alguien tiene una duda de a que me refiero, pues necesita ver menos series gringas y más televisión nacional -, en que los dos únicos integrantes que sí alcanzaron el éxito, se niegan a reunirse, mientras que el resto, con sus carreritas venidas a menos se juntan para cantar nuevamente ante plazas de toros atiborradas de cuarentones tempranos, que encima, llevan a sus hijos (ejemplo claro de lo que es ser un padre irresponsable), y que cantan temas con letras tan sublimes como "tengo que decirte papá".
Las reuniones, no se hacen por que el público lo pide (te estoy viendo Cerati), o por dinero (los estoy viendo, envidiosos y ardidos), sino porque se extraña ser alguien. Que la gente coree tus canciones, que digan que rockeas, dar entrevistas sin que te pregunten "¿qué se siente estar después de ______?" Son como las reuniones de la prepa o la secundaria. Un mal necesario, donde nadie es la sombra de lo que fue, en las que el único elogio es para el pasado, porque siendo francos, las nuevas generaciones están jugando con sus Bratz, consolas de videojuegos o rapeando sobre bitches y whores. Y sin embargo, los seguidores piensan que recuperan su juventud, los rockeros creen que recuperan el éxito y el ticketmaster es el más feliz de todos.
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