Muerte 3.0

El carácter de la espera es obsceno. Dilapidar las horas en la sola observancia de lo que aún no sucede... de lo que no esperamos que suceda. Y así, durante la espera nos regordeamos disfrutando o padeciendo aquello que no es aún. Recreamos en nuestra mente una y otra vez ese futuro que se nos escapa, deleitándonos en su ausencia.

La más obscena de todas las esperas es la que precede a una muerte. Cuando no hay nada más que hacer, cuando no nos queda más que... esperar. Las horas transcurren de igual manera, estos cuerpos en los que habitamos nos siguen pidiendo dormir, comer y defecar. Tal cual. No porque se aproxime el final la espera será más dignificante.... al contrario, con el tiempo la primera impresión del luto va destiñéndose, y al igual que en los velorios de pronto empiezan las anécdotas, los chistes inconsistentes, el ir y venir por los pasillos. Los niños - amos y señores de la impertinencia - con sus reclamos pueriles de atención.

Porque no hay ser más egoísta ante la muerte de otro que un niño. Él demanda sus juegos, sus alimentos, protesta porque se aburre, quiere cantar, reír... y los otros, dolientes o no, deben atender a sus muecas desencajadas. De pronto, todos olvidan al moribundo entre máquinas que no paran de marcarle los segundos de vida que se le consumen y se centran en los balbuceos, las monerías del pequeño. La vida, es mucho más interesante que la muerte, sin duda.

Y no por eso deja de dolernos. O quizá sea justamente por esto. Porque sabemos que el día que muramos, en la espera de nuestro cadáver, la sala continua estará ocupada por nuevas vidas, que comienzan, a las que nuestro fin poco les importa.

No me gustan las esperas. Me parecen obscenas. Me parece obsceno también, esperar a que alguien muera.