19.4.07

Music in the Attic

Ayer fue el concierto de Aerosmith en el pueblo, en la pantalla una banderita digitalizada de México, imágenes de la macroplaza y un "googlearthazo" hicieron que la gente gritara desaforada en la simple alegría que te da estar ahí y en ningún otro lugar. Faltó a mi gusto Angel y Deuces are Wild, pero bueeee... la razita peluda gritó por Crazy y tampoco los complacieron, jojo.

En algún punto me llegó el pensamiento, quizá influenciado por las reflexiones de algún otro de cuan futiles son nuestros actos, de que los únicos héroes románticos que nos ha dejado este mundo tecnológico son los rockstars. Ya no hay Aquiles que dejen su Ítaca 20 años para irse de gira mundial, pero ¿a cuantas almas llegan? ¿cuantos años prevalecerá el mito? Más allá del despliegue técnico o de los músculos de Joe Perry (oh, sí, sí, sí) te queda el feeling (sí, el feeling) místico y maravilloso de una noche que puede ser perfecta, atiborrado de almas, funestas consecuencias de nuestras previsiones. Un mundo sin Advil, sin horarios de 9 a 6 y porque no, sin traiciones premeditadas.

Siempre queda la música, impoluta, perfecta, en tu memoria, el rush de las luces que se apagan para sólo volver a encenderse con los acordes perfectos de una guitarra eléctrica, con el grito desesperado de la vida. Los comienzos de un buen concierto son como un nacimiento... los buenos finales, los que llegan en una despedida absimalmente abrumadora y te dejan queriendo mal, son las muertes que se disfrutan, que no pesan.

Al final, la ciudad recupera su actitud, las luces se encienden, pero el tráfico, la multitud, el cansancio... nada de eso importa. Puedes ir a tu cama y seguir soñando.

Y sí. Ha sido de mis conciertos favoritos. Besos mil.

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