2.11.06

Muerte 1.0

Disto bastante de conocer el mecanismo exacto de la formación de las imágenes en los sueños. En las mañanas me sigue pareciendo absolutamente innecesario despertar, y coincide mi pensamiento con las imágenes ante las que no he logrado extirpar de la realidad alterna. Se aparecen rostros que desconozco en espera de cobrar voz y se van destruyendo a medida que el aroma de la lluvia inunda la habitación.
Llueve afuera miserablemente, dejándonos a todos perplejos en medio del otoño, con sentimiento de deshonra y miseria y a la expectativa de mejores amaneceres. En el paraíso perdido que siempre será perfecto, yacen los recuerdos de las historias que aún no se han contado.
Quizá el sueño no sea sino la forma que tiene nuestro yo interno de ir acomodando todo lo que nos ha cruzado la cabeza en las últimas horas, así mientras voy corriendo por azoteas despobladas, huyendo de no sé que peligro imaginario, me dejo caer desde lo alto de un cerro para terminar enfrentada al mismo punto vacío de la noche anterior. Subo por una escalera de caracol que termina en una especie de puerta de madera incrustada en el techo o en suelo, depende de por donde se la mire.
Los mejores sueños son en los que tengo la oportunidad de huir, nada me da más alegría que saber que me escondo, que no me encuentran, que alcanzo no se que libertad inasible. No creo en el más allá, ni me parece que las estrellas, las figuritas del techo o los gatos puedan modificar significativamente la vida. Las casualidades siempre ocurren, tú decides cuales escuchas.
Por lo mismo dudo que me encuentre huyendo de experiencias pasados, que mi subconsciente advierta peligros inminentes o que me esté llegando un mensaje del más allá (soy honesta, si alguien del más allá se comunica con el más acá lo único que le preguntaría es donde encontrar mágicamente la cantidad suficiente de dinero que me permita vivir holgadamente y sin preocuparme por cosas como “la tenencia” o “el gas”), ni nada por el estilo.
Sueño con escapar porque sueño con libertades inexistentes.
Quizá por eso cuando más joven esperaba que los instintos suicidas se apoderasen de mí, pero mientras vivas tienes la oportunidad del escape. La muerte es el último recinto de la pérdida de libertad. No quiero altar de muertos, no quiero cadáver exquisito, no quiero funerales elegantes o sencillos, ni mujeres llorando a un lado envueltas en obscuras prendas. Necesito que el día de mi muerte no tengan tumba para mí. Me da miedo morir porque los creo capaces de encerrarme para siempre, a dos metros bajo tierra, con una losa de piedra encima. Y no tendré escapatoria.

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