Ayer salí de la clase de alemán toda temblor de hojas: caminé hasta la Julia que paciente esperaba frente a la Alianza Francesa (¿qué más ironía?). Mientras me voy esfumando de la imagen del "mes patrio" para adentrarme en las provincias de esta sultana inhóspita caigo en cuenta que soy víctima de mi imagen personal.
Porque finalmente quienes somos depende también de quienes decidimos ser. Ahora que ser "dark" es socialmente aceptado, cabe preguntarse ¿y todos los que eran dark como renegarán ahora de la sociedad? Porque según escuché por ahí, se vestían de negro para denotar un luto y usaban elementos románticos para denotar algo más (me lo dijo un amigo de ____ en una peda casera, el chavo iba vestido con botas negras, pantalón negro, camisa de flecos negra y gabardina negra y pintado). Yo no lo escuché porque estaba muy concentrada en conseguir una caguama antes de que todos agandallaran.
Hablando con un amigo entrañable por MSN y del encuentro de su dark side, me quedo pensando en que somos algo más que el conjuto de nuestros gustos musicales y posturas políticas. Es tan bidimensional definir a una persona tan sólo porque le gusta vestir de Hugo Boss o ir a comprar pulseras hippies a Coyoacán.
Cuando se renuncia a la bidemensional los esquemas comienzan a romperse. Muchas veces he estado en contra del estatus pop: no porque no haya cosas altamente disfrutables en él, sino por los límites impuestos. No debería de ser imposible encontrar algo totalmente inesperado en donde menos pensabas, no deberíamos negarnos las oportunidades de explorar más allá de la barrera mental que nos creo la mitología personal.
No deberíamos buscarle versiones al amor, ni updates de software. Hay que sacarlo de la bidimensionalidad y atraparlo en los sueños desde donde nos persigue.
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