Hay soledades que no se pueden compartir. Lágrimas que a duras penas se atreven a salir a media noche, sin testigos. Esos fantasmas que guardamos en lo más recóndito de nosotros mismos porque nos hacen saber lo verdaderamente ruines que somos.
A veces, alguien consigue ver dentro de ese dolor que escondemos, y nos dice tranquilamente "ey, así ha sido siempre, no es tu culpa", pero luego nuestro propio orgullo, el hecho de que esa otra persona conoce la verdad, nos hace alejarnos y luego a media noche, cuando lloramos queremos decirle "oye, escúchame, otra vez es el mismo fantasma de siempre que me acecha" pero ya no es tiempo. Tampoco queremos en realidad compartirlo, porque es una tristeza que todo lo tiñe, va absorbiéndose por capilaridad por la esquina más luminosa de nuestras alegrías y de repente todo está contaminado.
Pero a veces nos ganan. A veces quisiéramos que no fuera así. No tener una caja llena de cartas de reproches en lugar de una caja llena de palabras de amor. Pero hay gente que sólo sirve para reprochar y ¿qué haces entonces? ¿Los expulsas de tu vida? ¿Cedes? ¿Cuántas veces hay que ceder?
Estoy tan cansada que sólo se me ocurre llorar.